Por GIOVANNA DELL’ORTO
DORAL, Florida, EE.UU. (AP) — El clandestino movimiento de oposición sigue activo en Nicaragua, pero las opciones para restaurar la democracia en el país centroamericano están disminuyendo, dijo a The Associated Press desde su exilio forzado en Estados Unidos el excandidato presidencial y prisionero político Félix Maradiaga.
“Las opciones son cada vez más limitadas porque la dictadura sandinista se ha radicalizado”, expresó el académico de 48 años en una entrevista en el suburbio de Doral, en Miami. “No se le puede pedir a los pueblos que ya dieron un enorme sacrificio, que han tenido muertos, que han tenido exiliados o (…) presos políticos, que sigan poniendo una alta cuota de sacrificio si no hay un acompañamiento fuerte de la comunidad internacional”.
El gobierno de Nicaragua, liderado por el presidente Daniel Ortega y su esposa y copresidenta, Rosario Murillo, ha reprimido la disidencia desde que aplastó violentamente las protestas en 2018, alegando que estaban respaldadas por potencias extranjeras que buscaban derrocarlo. El gobierno ha desmantelado ahora las últimas garantías y equilibrios restantes a través de “graves violaciones de derechos humanos”, advirtió este año un panel de expertos de las Naciones Unidas.
Las sanciones no son “una bala de plata”, comentó Maradiaga: También es necesario detener la erosión global de la democracia, apoyar a la oposición política asediada dentro del país, golpear los canales que financian al gobierno de Ortega y mantener la presión a través de tribunales de derechos humanos.
De niño exiliado a candidato presidencial, y de nuevo a exiliado forzado
Maradiaga huyó por primera vez de Nicaragua hacia Estados Unidos en la década de 1980, cuando encontró refugio con una familia de acogida, mientras rebeldes respaldados por el gobierno de Reagan luchaban contra el gobierno sandinista de izquierda. Regresó, pero se vio obligado a huir de nuevo como adulto después de que el gobierno de Ortega lo acusara de “financiar” las protestas de 2018 y un juez ordenara su arresto.
Regresó a Nicaragua más de un año después y se postuló para presidente contra Ortega en 2021, cuando él y otros candidatos fueron encarcelados junto a casi 200 personas más, y considerados prisioneros políticos por el Departamento de Estado de Estados Unidos. Maradiaga fue condenado por “daño al bienestar nacional”, un cargo que también se aplicó a muchos otros disidentes que el gobierno de Nicaragua describió como “terroristas”. Maradiaga dijo en ese momento que había sido sometido a un juicio político.
En febrero de 2023, fue uno de los 222 líderes políticos, estudiantiles y religiosos sacados de algunas de las prisiones más notorias de Nicaragua y llevados a Estados Unidos. Poco después, el gobierno de Ortega les despojó de su ciudadanía.
Maradiaga dijo que buscó desafiar a Ortega en las urnas —“aún sabiendo de que habría fraude, aún sabiendo que me tocaría ir a la cárcel”— porque quería demostrarle al presidente que no podía ganar elecciones de manera justa. Estados Unidos, miembros de la Unión Europea y otras naciones condenaron las elecciones de 2021 como ilegítimas.
Continuando la lucha por la democracia desde Estados Unidos
“Ahora mi rol es el de ayudar a las nuevas generaciones de jóvenes a que se puedan organizar políticamente, a que exista (…) una alternativa política, una estrategia de sanciones, una estrategia de derechos humanos, un cordón umbilical con Nicaragua, y también una vía para poder organizar al exilio en una estrategia común”, afirmó.
El trabajo de los exiliados es crucial porque “podemos ser la voz de los que no tienen voz”, señaló. También pueden llegar a instituciones internacionales y contribuir a la economía de Nicaragua, lo que convierte a la diáspora en “un actor importante en un eventual escenario de rescate de la democracia”, añadió Maradiaga.
Pero trabajos como el suyo, que también incluyen un contacto cercano con personas que están organizando la oposición dentro de Nicaragua, conllevan un riesgo tremendo.
“Cada vez que algún exiliado habla, ponemos en riesgo a nuestros familiares dentro del país, que son utilizados básicamente como rehenes para callarnos”, dijo Maradiaga. Las autoridades, señaló, “necesitan matar la esperanza, generar en el imaginario colectivo la percepción de que no hay líderes democráticos, de que todos los exiliados se están lucrando del exilio”.
El poder de la fe, que también está bajo ataque
Madariaga dijo que lo que lo mantiene en pie es su fe católica, algo que el gobierno nicaragüense también ha atacado ampliamente en el país.
“Sin mi fe, yo no estaría vivo. Sin mi fe no tendría la claridad que deseo y espero tener en mis principios”, manifestó Maradiaga.
Cuando fue forzado a huir de Nicaragua por primera vez a los 12 años, fueron las iglesias en Guatemala, México y en la frontera de Estados Unidos las que lo alimentaron, tanto a él como a su alma. El clero, incluido el obispo auxiliar de Managua, Silvio Báez, ahora exiliado en el sur de Florida, fueron sus luces guía durante las protestas y disturbios.
“Cuando sentís que te ha abandonado la comunidad internacional, que has perdido tu libertad y que no tienes acceso a la protección del estado porque el estado se ha convertido en estado terrorista, la Iglesia católica se convirtió en nuestro refugio,”, dijo Maradiaga.
A lo largo de la entrevista de una hora, Maradiaga habló de la necesidad de seguir adelante con esperanza. Pero las lágrimas llenaron sus ojos al hablar de la muerte de su abuela la semana anterior en Matagalpa. Durante sus últimos años en Nicaragua, no pudo visitarla porque la policía le prohibió salir de la capital incluso antes de su arresto.
“Esta es la historia de miles y miles de nicaragüenses que no han podido ponerle flores a sus familiares”, dijo Maradiaga. “Es una persecución verdaderamente atroz y demuestra con suma claridad, pero de manera muy dolorosa (…) el nivel de odio y la fractura de la familia nicaragüense causada por la dictadura”.
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